Víctor
Zuluaga Gómez
Recuerdo que hacíamos un recorrido turístico por Roma y al llegar al Coliseo Romano, el guía se encargó de hacer un extraordinario relato sobre lo que acontecía en ese escenario cuando se desarrollaba alguna actividad en la antigua Roma. Decía entonces que el Emperador se ubicaba en la parte más alta del lado oriental del Coliseo y que los gladiadores salían a la arena, se dirigían hacia el Emperador para hacer el saludo antes de enfrentar a los leones africanos. Finalizada la jornada, todos los gladiadores, o mejor, los que habían sobrevivido se colocaban frente a dicho Emperador, quien con un movimiento de su mano derecha los condenaba o los indultaba. Como quiera que la descripción fue muy emotiva, recuerdo, un argentino, compañero del grupo de turistas, se acercó al guía y le preguntó: “Oye, ¿eso que acabas de relatar, sí ocurría en la realidad?”. Entonces el guía le respondió: “¿Le gustó?”. Y la respuesta del turista fue: “Me fascinó”. “Eso es lo importante”, le respondió el guía.
Esto para decir que aún en el caso de una ciudad como Roma y un
monumento tan reconocido como el Coliseo Romano, cuando la visita a esos
espacios se acompaña de un relato histórico, se torna aún más interesante. Eso
lo pude también constatar cuando estando en Mónaco con un grupo de turistas, íbamos contemplando
el paisaje cuando de pronto el guía hizo el siguiente comentario: “En ese
balcón que se puede observar a lo lejos, usualmente se asoma la Princesa de
Mónaco….”. Entonces fue como si se hubiese dicho una palabra mágica porque de
inmediato las cámaras fotográficas fueron dirigidas hacia el balcón para
registrar el escenario, debido al significado que tenía.
En el caso del Eje Cafetero, el turista puede observar los
sembrados del grano, la arquitectura llena de color, los paisajes con
variedades de verde, llanos y alturas, pero también es indispensable que la
observación del paisaje se complemente con hechos históricos importantes que
seguramente serían de interés para el turista.
El segundo caso se refiere a Boquía, en el municipio de Salento en donde existen aún los restos de un molino de trigo que funcionaba en una viaja casa a orillas de la quebrada de Boquía en la medida que sus aspas eran movidas por el agua. Eso significa que hubo una época en la cual en Boquía se cultivaba el trigo y hay informes de la existencia de tres molinos que había en ese lugar. El molino es de piedra y obviamente muy rústico, lo que lo hace digno de admirar y de hecho en la ciudad de Villa de Leiva existe uno en un museo, que desde luego hay que pagar para visitarlo. En Chile, al sur y cerca de la ciudad de Puerto Mont, existe un molino también de piedra que es visitado por miles de turistas, pues al lado funciona un restaurante en donde ofrecen comidas elaboradas con trigo procesado en el molino.
Por último, he insistido muchas veces en la importancia que
tendría para Boquía, aldea que fue fundada en 1832, mucho antes que Salento, en
reconstruir lo que en su momento fue una cárcel para presos políticos que se
encargaban de darle mantenimiento al Camino del Quindío que pasaba precisamente
por ese lugar, en donde en el año de 1830 realizó un descanso Bolívar, cuando
se dirigía a Bogotá.
Y habría muchos más elementos que nos permitirían decir: “El Eje
Cafetero es más que café”.